En los artículos anteriores de esta serie, hemos leído acerca de la importancia de conocer al Dios que adoramos y que se nos ha revelado, y sobre varios de los atributos que describen Su naturaleza. Si no los has leído, te recomendamos que puedas hacer clic aquí para leerlos desde el inicio, y puedas comprender mejor la lectura del día de hoy.
Hoy leeremos acerca de otros importantes atributos: La Trascendencia, Inmanencia y Omnipresencia de nuestro Dios.
Al observar la realidad que nos rodea, es inevitable pensar en el momento que todo comenzó a destruirse: La caída del ser humano en el jardín del Edén (Gn 3). Esta es la más grande traición registrada en la historia de la humanidad. El hombre y la mujer le dieron la espalda a Dios, su creador, sentenciando así a la historia del mundo a una lejanía perpetua del Dios eterno y todopoderoso. Lo que era una relación directa y cercana, luego de la caída se convertiría en una búsqueda cuesta arriba de los humanos por encontrarse con el único que puede saciar el hambre y la sed agónicas que se llevan por dentro.
La condición lamentable del ser humano, llena de pecado y separada de Dios, queda expuesta a lo largo de las páginas de la Biblia. El Apóstol Pablo la describe en un solo versículo: «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios». (Ro 3:23 RVR60). Con el cual se demuestra que, el ser humano vive en una permanente agonía tratando de buscar algo mas trascendental que la realidad misma.
A lo largo del tiempo el hombre ha intentado acercarse a Dios de distintas formas, todas con altos grados de error. Todo tipo de religiones pretenden darle a la humanidad las estrategias y las normas adecuadas para agradar a Dios. Por supuesto, todas han fracasado, mostrando a un Dios que no puede salvar.
A continuación, seguiremos nuestro camino en el conocimiento de nuestro Dios, y observaremos cómo por medio de Su trascendencia, inmanencia y omnipresencia, solo Dios es capaz de satisfacer por completo la búsqueda del ser humano por regresar a la perfecta cercanía. Primero, definiremos estos atributos, y posteriormente explicaremos cómo actúan en la reconciliación del hombre y la mujer con su creador.
El Dios Trascendente.
Que Dios sea trascendente significa que Él está por encima de la creación, es decir que es más grande que ella. La trascendencia de Dios nos debe llevar a pensar en Su poder soberano, en que Él gobierna todo lo que existe y que no hay nada ni nadie superior. Nunca deberíamos pensar en que podemos manipular a Dios o que podemos exigirle cosas. Tampoco debemos vivir con la idea errónea de que Él tiene que cumplir nuestras demandas sí o sí. No existe nada que nosotros podamos hacer para que Dios actúe de cierta manera. Él no depende de nosotros, nosotros dependemos de Él.
El Dios Inmanente.
Una de las características más sorprendentes del Dios todopoderoso, es Su cercanía con lo creado por Él mismo, Su deseo de sustentar plenamente a seres inferiores a Él. La inmanencia de Dios expresa ese anhelo Suyo por estar unido a Su creación; y no solo al ser humano, sino a todo el conjunto de cosas formadas por Su palabra. Dios conoce todo lo inherente de los seres humanos y se conmueve con su condición. A pesar del deseo de Dios por querer ser cercano a los humanos, es imposible pensar que podemos igualarnos a Él. Eso es imposible porque Él está por encima nuestro y jamás, la creación podrá igualarse al Creador.
El Dios Omnipresente.
Dios no está limitado por el espacio ni el tiempo, Él puede estar en cualquier lugar, es infinito. Ninguna época ha prescindido de la presencia de Dios. Él fue, es y será. Omnipresente señala la capacidad única de Dios para estar presente en todo lugar y en todo momento, mostrando así todo Su poder y conocimiento. Es un error creer que Dios no se encuentra en uno u otro lugar, y que por esa razón podemos hacer lo que queramos. Asimismo, es un error olvidar a Dios en un momento de dificultad, puesto que este atributo lo describe como Alguien que siempre está presente, y más aún cuando se trata de aquellos a quienes Él ha sellado con Su misma presencia. Al pensar en Dios, es imposible verle como alguien limitado.
Un Dios trascendente, cercano y presente que salva… o no.
Jesús, quién es la imagen de Dios, por quién y para quién se crearon todas las cosas (Col 1.15-16), es la representación perfecta de lo inmanente, trascendente y omnipresente de Dios. En Él podemos encontrar el trabajo conjunto de estos atributos en el plan de salvación divino.
En él se retrata perfectamente la inmanencia, la acción cercana de Dios cuando decidió caminar como un ser humano aun siendo superior a este, teniendo una relación personal con sus discípulos y todos aquellos que le rodearon en su ministerio por la tierra, incluso aquellos que lo despreciaron (Fil 2.6-8).
Por otra parte, queda demostrada la trascendencia de Dios cuando Jesús decide presentarse como el único y suficiente sacrificio para la salvación de los pecados. Lo trascendente de esa muerte es que Cristo tiene el poder incluso sobre las leyes de la vida, resucitando. Además, tiene el dominio sobre la eternidad, otorgando el regalo de la vida eterna (Col 2.13-15).
Su omnipresencia es clara al observar que el plan divino de redención no estuvo solamente presente desde el momento de la caída del hombre (Gn 3:15), sino también desde antes de la fundación del mundo (Ef 1:4). Este plan es la respuesta de un Dios misericordioso y amoroso. Declarándole así a satanás la victoria que Él había de tener, y ocultando la vergüenza que Adán y Eva eran incapaces de cubrir (Genesis 3:21). Además de la promesa futura que ha preparado para todos aquellos que han creído en el nombre de Jesús. La renovación de todas las cosas (Ap 21:3-7)
Así es como vemos que se presentan estos atributos en el plan divino de salvación.
¿Es posible que Dios no pueda salvar?
Ya hemos concluido que Dios puede salvarnos porque es el único que tiene el poder para hacerlo y que quiere salvarnos porque comprende nuestra fragilidad y las intenciones de nuestro ser, además de estar presente en todo momento. Sin embargo, muchas veces podemos estar acercándonos a Dios de una forma errónea cuando domesticamos a Dios haciéndolo tan cercano a nosotros que perdemos de vista Su grandeza y Su poder; olvidando así la reverencia con la cual debemos dirigirnos hacia Él. Por otra parte, erramos cuando vemos a Dios como un ser inalcanzable, inaccesible y alejado por completo de la necesidad de la creación.
El Dios cercano y presente, pero sin poder sobre la creación; o el Dios todopoderoso pero lejano, es esa clase de dios que no puede salvar. Un dios hecho a nuestra propia medida no puede salvar. Los atributos que ya hemos observado en este artículo y en los anteriores, trabajan en conjunto para hacer el trabajo completo de la salvación. Si decidimos abrazar uno y separarnos del otro, el resultado sería un Dios que no puede salvar.
Podemos vivir confiados que la respuesta amorosa a nuestra traición a causa del pecado proviene únicamente del Dios que ha decidido ser cercano a nosotros para conocer nuestras debilidades y brindarnos Su socorro (Dios Inmanente); del Dios que tiene el control de todo, de la vida, la muerte, y que no depende de nada ni nadie más (Dios Trascendente). Del Dios que sustenta todo y está presente en todo momento (Dios Omnipresente).
No te pierdas la próxima semana el siguiente artículo donde leeremos acerca de: El Dios Bondadoso y Justo. Si deseas profundizar aún más en los atributos de Dios, puedes dejarnos tu comentario para brindarte valiosos recursos acerca de este fascinante tema.
Referencias bibliográficas:
Melo, A., Flores, J. (2022) Conoce a tu Dios. Florida, Estados Unidos: Editorial Bautista Independiente (EBI).
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