La Palabra de Dios nos habla de una barrera, de un acto infructuoso nacido de las tinieblas, el pecado. En sus diversas formas de existencia, el pecado, tiene la intención de que cada hombre cometa errores en esa búsqueda de encontrarse plenamente con su Creador.
Porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto. Pero todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible.
Efesios 5: 12-13 NVI
El pecado en una definición sencilla puede ser todo aquello que no agrada a Dios y está en contra de lo que Él ha establecido en su Palabra. El autor del pecado es nuestro adversario Satanás, quien no se cansa por entablar batallas con todos los que se deciden ser obedientes con Dios.
Es crucial entender que tanto los impíos, como los hijos de Dios viven para el pecado o luchan contra el pecado según sea su decisión. Es en este punto donde debemos enfocar cuál es nuestra posición frente a este enemigo y así no acomodarnos ante una naturaleza destructiva que toma asidero en nuestro ser. La Biblia es infalible y clara, “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (Romanos 6:23), no hay tregua de la luz con la oscuridad, no existe amistad entre lo falso y lo verdadero, ni tampoco comunión entre la maldad del diablo y la bondad de Dios; es aquí donde debemos ser conscientes y determinar a donde estamos parados, si muertos en el pecado o vivos en Cristo.
El Espíritu Santo que mora en los hijos de Dios hace sentir algo que conocemos como convicción de pecado, la persona se debe sentir sensible a esa voz que nos instruye en el camino para saber que estamos haciendo bien o mal. El apóstol Pablo, en su carta a los efesios, exhorta “Porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto”, en ese capítulo el no deja de mencionar una larga lista de pecados y resalta además las consecuencias que produce cometer cualquiera de ellos, así mismo, da el consejo que como hijos de la luz rescatados de la oscuridad, debemos dar ejemplo de ese testimonio. En muchas ocasiones sucede que por ignorancia, indiferencia, rebeldía, o bien por temor no exponemos nuestras faltas delante de Dios. Llevamos la vida como una normalidad que no tiene consecuencias, pero Dios es justo y por ello nos desafía a dejarnos de esconder en el pecado y exponerlo ante Él para recibir perdón y liberación en su inagotable gracia y misericordia.
El salmista David entendió esto:
“Si no hubiera confesado el pecado de mi corazón, mi Señor no me habría escuchado”.
Salmo 66:18 NTV
Entonces convengamos de manera sistemática qué podemos hacer para exponer el pecado que tiene nido en el corazón, que nos detiene y nos debilita y aleja del propósito eterno.
En primera instancia debemos identificar y reconocer que hemos pecado. No podemos omitir esto, porque pensamos que nadie ve, se hace costumbre y un mal hábito oculto, siempre será expuesto por la luz que irradian los ojos de Dios. Aceptemos este error para entonces confesarlo, esta confesión hace que el Señor nos preste la atención al clamor que levantamos.
Finalmente habiendo identificado, reconocido y confesado el pecado, eso que nos tenía en vergüenza y vulnerables, atados y oprimidos, comienza a disiparse por el amor y poder de Dios. Y se cumple así “todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible”, Pablo sabía que era necesario sacar el lastre que nos estorba. Es visible en un cristiano cuando ha confesado sus pecados ante Dios porque lo demuestra en arrepentimiento, ese cambio de mentalidad que en la luz revela la nueva vida y actitudes por medio de verdaderos frutos de obediencia.
El día grande y temible de Dios se acerca, y como hijos de la luz debemos aprovechar al máximo cada momento, como sabios y no como necios, arrepentidos porque el Reino de los Cielos está cerca.
Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento.
Mateo 3:8 NVI
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