«El tiempo que los israelitas vivieron en Egipto fue de 430 años».
Éxodo 12:40 NBLA
Durante cuatrocientos treinta años, el pueblo de Israel vivió en esclavitud. El libro de Éxodo abre mencionando a los once hijos de Jacob que entraron a vivir en Egipto. Solo un par de versículos después, se mencionan dos cosas muy relevantes: primero, la muerte de José (Ex 1:6); y segundo, cómo en este país se levantó un nuevo rey que desconoció por completo a los israelitas, convirtiéndolos en siervos y esclavos (Ex 1:13-14). Así inicia la historia del Éxodo, en medio del dolor y la opresión del pueblo de Dios.
Así, poco a poco fue empeorando la situación de Israel. Sin embargo, en medio de todo el dolor y quebranto que sufría este pueblo, Dios levanta y llama a Moisés. En los capítulos 3-4 de este libro encontramos su llamamiento. Más tarde, en los capítulos 4-13, Dios, a través de Moisés y de las plagas libera al pueblo. Cuando leemos la narración de este libro, encontramos como la mano misericordiosa de Dios acompaña a este pueblo dándoles sustento, guía y cobijo durante el éxodo. Dios les provee agua (Ex 17), alimento (Ex 16), leyes, guía y dirección (Ex 23:23-33), instrucciones para las diversas áreas de su vida, y luego inicia la narración del libro de Levítico.
Sin embargo, hoy no quiero centrarme en el libro de Éxodo; pero entender la travesía del pueblo de Israel, y el constante acompañamiento y cuidado de Dios es importante para el tema. Durante todo este trayecto, la queja y murmuración fueron actitudes del corazón que acompañaron a este pueblo. Constantemente en los diversos pasajes podemos leer como el pueblo de Dios se quejaba. Se quejaron de la falta de comida, entonces Dios les dio maná y los sustentó. Se quejaron de la falta de carne, y Dios les envió codornices. Se quejaron de en cuanto a la sed, y Dios les dio agua para saciarse.
El problema del corazón de Israel
En Números 11 la ira de Dios se enciende en contra de los israelitas. El primer verso de este pasaje nos deja entrever:
«El pueblo comenzó a quejarse en la adversidad a oídos del Señor; y cuando el Señor lo oyó, se encendió su ira, y el fuego del Señor ardió entre ellos y consumió un extremo del campamento».
Números 11:1 NBLA
¡El corazón del pueblo de Israel era quejumbroso y seguramente estaba lleno de amargura! Siempre en medio de momentos difíciles y adversos, olvidaban de dónde Dios los había sacado y a dónde prometía llevarlos. Israel fue bendecido, apartado, limpiado, guiado, y nuevamente habían encontrado una ocasión para quejarse. Quizá podamos pensar que Dios fue muy drástico con el pueblo al consumir con fuego parte del campamento, pero, así como la columna de fuego durante la noche les mostraba a los israelitas la constante presencia de Dios, Él debía tratar y lidiar con el pecado de su pueblo (así como trata con nuestro pecado).
«Si hoy escuchan ustedes mi voz, no endurezcan su corazón, como en Meribá, como en el día de Masah, en el desierto. Allí los padres de ustedes me tentaron; me pusieron a prueba, aunque vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con esa gente, y me dije: “El corazón de este pueblo divaga; no han conocido mis caminos.”
Por eso, en mi furor juré que no entrarían en mi reposo».
Salmo 95:7-11 RCV
Israel vio las grandes obras de Dios para con ellos y a pesar de todas esas cosas, ellos decidieron no confiar en Dios. Israel probó a Dios en el desierto y a raíz de esto vagaron por cuarenta años sin descanso en el desierto. Dios trató con el corazón de un pueblo duro de cerviz. Sin embargo, también hay una clara advertencia para que nosotros no hagamos lo mismo. Que fácil es quejarse y murmurar, puede ser que en muchas ocasiones nuestro corazón se incline hacía estas actitudes, porque este es un problema del corazón y un pecado contra Dios. La raíz de esta queja constante es un corazón olvidadizo que carece de gratitud, porque le es difícil reconocer todo lo que Dios le ha dado.
¿Cómo luchamos contra la queja?
Debemos reconocer que es un pecado.
Aunque puede ser inicialmente difícil reconocerlo, cada vez que salga la queja de nuestra boca debemos dejar de justificarlo. El arrepentimiento es necesario cada vez que caemos en esta práctica.
Agradecer por todo. Usualmente nos envuelve la rutina y es probable que nuestro corazón olvidadizo deje de ver a su alrededor todo aquello que Dios nos da.
Ora para que Dios te provea un corazón que viva en constante agradecimiento, reconociéndolo como tu sustentador.
«Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo,
porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús».
1 Tesalonicenses 5:16-18 RVC
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