¿Qué es arrepentirse? En el Nuevo Testamento, la palabra griega que se utiliza, significa “cambio de mente”. Así podemos ver que el arrepentimiento, se relaciona directamente con nuestros pensamientos y mentalidad. El arrepentirse conlleva de nosotros una respuesta de rendición completa y total.
Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios. «El tiempo se ha cumplido», decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio».
Marcos 1:14-15 NBLA
Hay dos medios por los cuales, como pecadores, podemos acceder a la gracia redentora de Cristo: arrepentirse y creer, sin embargo estos dos no son iguales. Fe y arrepentimiento no son iguales, pero tampoco dispares, estas dos acciones se acompañan. Hoy en específico, concentrémonos en el arrepentimiento.
¿Qué dice Dios a los pecadores?
Abandone el impío su camino, y el hombre malvado sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar.
Isaías 55:7 NBLA
Dios no nos llama a dejar de pensar, nos llama a pensar como él piensa; a dejar el mal camino por el que vamos y volvernos a él con reverencia. Somos hijos de un Dios compasivo, y que a través del sacrificio de su Hijo cubre la multitud de nuestras faltas con su gracia.
Somos el Hijo Pródigo
“Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida;
estaba perdido y ha sido hallado”.
Y comenzaron a regocijarse.
Lucas 15: 11-32 NBLA
En Lucas 15, encontramos la parábola del Hijo Pródigo, con esta podemos comprender el concepto del arrepentimiento. Antes de continuar, si no la recuerdas, te invito a que te detengas un momento y la leas.
Este relato comienza por presentarnos a este hombre, quien tenía dos hijos. Uno de ellos, el menor, un día se acerca a él y le pide la herencia que le correspondía. Quizá el padre sabía que esta decisión no era totalmente acertada, pero le entregó todo y desde el principio de la historia, sabemos que nada resultó bien. El hijo malgastó todo cuanto le fue entregado, pero en medio de su error, reconoce su insensatez y decide regresar a su padre.
“Cuando todavía estaba lejos,
su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió,
se echó sobre su cuello y lo besó.
Lucas 15:20b NBLA
En el versículo 20, vemos cómo planea su discurso, decidiendo regresar a casa. Lo más hermoso, es que desde que su padre lo vio a la distancia corrió hacía él (eso significa que su padre lo esperaba). El hijo pidió perdón a su padre, reconociendo que no era digno, y el padre movido en misericordia y amor lo perdona, y hace un banquete en honor a su regreso.
Hay mucho que podemos decir acerca y de esta parábola, porque hay varias realidades espirituales para aprender, pero veamos de cerca el perdón que se le extiende al hijo luego de confesar su transgresión y pedir perdón.
Este hijo que vivió perdido por un tiempo, nos representa a nosotros. Somos ese hijo e hija que está o estuvo lejos de su Padre. La Palabra nos dice que antes de estar con Jesús vivíamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1-2), ¡estábamos separados! Pero en el inmenso amor y misericordia de Dios, Él nos dio vida en Cristo. (Efesios 2:4-5).
El amor de ese padre, es como el amor de Dios. Es grande, incontenible, profundo, incondicional y cada uno de nosotros es receptor de él. Es un amor que quizá no comprendemos, porque Dios nos ama siempre, sin resentimientos, ni teniendo en cuenta el pasado. A pesar de nuestra rebelión y pecado, Dios nos da un amor incondicional.
Nuestro padre nos espera con los brazos abiertos, confesemos nuestro pecado y arrepintámonos. Vayamos a Dios reconociendo que solos no podemos luchar contra nuestro pecado, oremos por fortaleza y ayuda.
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