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Foto del escritorAndrea Moreno

Una trágica diferencia entre dos hermanos

Actualizado: 20 sept 2022



Caín y Abel


Abel fue pastor de ovejas y Caín fue labrador de la tierra. Al transcurrir el tiempo, Caín trajo al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. También Abel, por su parte, trajo de los primogénitos de sus ovejas y de la grasa de los mismos. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y su ofrenda. Caín se enojó mucho y su semblante se demudó. Entonces el Señor dijo a Caín: «¿Por qué estás enojado, y por qué se ha demudado tu semblante? Si haces bien, ¿no serás aceptado? Pero si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo». Caín dijo a su hermano Abel: «Vayamos al campo». Y aconteció que cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces el Señor dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?». Y él respondió: «No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?». Y el Señor le dijo: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde la tierra. Ahora pues, maldito eres de la tierra, que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no te dará más su vigor. Vagabundo y errante serás en la tierra».


¿QUÉ ME ENSEÑA ESTA HISTORIA?

Tu corazón es el único sacrificio que Dios anhela

¿Por qué el Señor miró con agrado únicamente la ofrenda de Abel? Hebreos 11:4 nos da la respuesta: «Abel confió en Dios, y por eso le ofreció un sacrificio mejor que el de Caín. Por eso Dios consideró que Abel era justo, y aceptó sus ofrendas. Y aunque Abel ya está muerto, todavía podemos aprender mucho de la confianza que él tuvo en Dios» (TLA). Abel trajo una ofrenda de sangre (el primogénito de su rebaño) y Caín trajo una ofrenda de la vegetación (el fruto de la tierra). En realidad, ambas ofrendas eran igualmente aceptables a Dios (Lev 2); pero Dios estaba específicamente interesado en el corazón detrás de dichas ofrendas. Abel confiaba tanto en Dios que, ofreció una ofrenda no tan agradable (estéticamente) como la de Caín, pero puso todo su empeño y dedicación en conseguirla. La grasa ofrecida en un sacrificio era un aroma agradable para el Señor (Lev 17:6). Dios se agradó del corazón genuino y lleno de fe con el que Abel entregó su ofrenda.


De la misma manera, debemos recordar que Dios no se agrada de los sacrificios que podamos hacer para intentar ganarnos Su favor; debido principalmente a dos razones. La primera es que, si estamos intentando ganar la aprobación de Dios, significa que no entendemos el mensaje del evangelio y el nuevo pacto de la gracia al que pertenecemos (y que ellos no pertenecían en ese entonces); el cual básicamente nos dice que no somos merecedores del favor de Dios. Sin embargo, podemos recibirlo a través de la gracia inmerecida al depositar nuestra confianza en Jesús. «No por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:9 RVR1960).

En segundo lugar, la Biblia nos dice que Dios no se agrada de nuestros sacrificios, que muchas veces pueden ser simple apariencia. Él está interesado en un corazón contrito y humillado, que esté rendido a Él en obediencia, simplemente por amor y gratitud (Sal 51:16-17). Nuestro corazón es el único sacrificio que Dios anhela.


Dios desea extendernos Su gracia y misericordia

«Si haces bien, ¿no serás aceptado?» con estas palabras, Dios deseaba darle una segunda oportunidad a Caín. Intentaba darle a conocer que su actitud de enojo y envidia no eran correctos, y que, definitivamente existía una manera de hacer las cosas bien para agradar al Señor: haciendo las cosas de corazón.


Los celos y la envidia llevaron a Caín a cometer tal atrocidad de asesinar a su propio hermano. La Palabra de Dios nos enseña claramente que la envidia es como cáncer en los huesos (Pr 14:30), y como cualquier otro pecado, también es destructivo. Antes de que Caín se perdiera por completo, Dios quiso advertirle y hacerle ver que, la solución estaba al alcance de su mano: confesar su pecado y arrepentirse (Pr 28:13). Pero como podemos ver, resistirse a las oportunidades de arrepentimiento que Dios nos concede (por pura gracia divina), nos convierte en personas con un corazón endurecido que cada vez más se va apartando de Dios, abriéndole así puertas al enemigo. Por eso, no seamos insensibles a la voz de Dios y cedamos al arrepentimiento, para hallar gracia y libertad del pecado.

«Avergüénzate al pecar, no al arrepentirte. El pecado es la herida; el arrepentimiento es la medicina». – John Chrysostom


Todo el que comete pecado es esclavo del pecado

«¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra...» (Santiago 4:1-2). Este pasaje nos revela que detrás de cada pecado que podemos observar o realizar externamente, existe otro pecado internamente que lo originó. Un pecado detrás de otro pecado.


Esto es lo que Dios en su infinita misericordia también intentaba hacer entender a Caín al decirle: «si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo». Es decir, si Caín continuaba negándose a hacer el bien, estaría esclavizado a su pecado. Y ese pecado, lo llevaría a cometer cada vez más pecados. Debemos tener en mente que cuando le damos la espalda a Dios y no nos sometemos a Su voluntad, ya estamos en pecado y nos volvemos esclavos del mismo (Jn 8:34). Y así, nuestro corazón se endurece cada vez más a la voz de Dios.


Esto debe alertarnos, y motivarnos a buscar la santidad en lo más profundo de nuestro corazón. Claramente, nos dice la Biblia: «El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es?» (Jer 17:9). Por esta razón, Cristo está tan interesado en que ofrezcamos todo nuestro corazón la sede de pensamientos, pasiones y deseos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Ro 12:1), para que Él pueda darnos un nuevo corazón; uno capaz de servirle, amarle y obedecerle de la única manera aceptable para Él: en Espíritu y en verdad (Jn 4:24).


«Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes».

Ezequiel 36:26-27 NVI

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