«Y la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que le pertenece al Hijo único del Padre, en el que abundan el amor y la verdad».
Juan 1:14 NBV
La semana pasada pudimos leer que hemos sido creados para la gloria de Dios, creados para glorificarle con nuestras vidas y poder así cumplir con nuestro propósito. Y que, gracias a que Él mandó a Su hijo para pagar el precio de nuestros pecados, no solo nos ha dado el regalo inmerecido de la salvación, sino que también ha resuelto el gran problema que nos impedía tener conocimiento de Su gloria al revelarnos quiénes somos y nuestra verdadera condición (pecadores necesitados de Su gracia y perdón), y también al revelarnos quién es Él (nuestro Único Salvador).
Después de tener esa primera experiencia que transforma nuestras vidas, es necesario que comprendamos en quién y cómo se revela la gloria de Dios en su máximo esplendor: en la persona de Jesucristo, quien no solamente es el autor de nuestra fe, sino que también es quien la perfecciona a medida que crecemos en nuestro entendimiento y correcto conocimiento de Él (Heb 12:2).
Los discípulos de Jesús fueron testigos y pudieron contemplar la gloria de Dios en Él (Jn 1:14). Eso es lo que transformó sus vidas y los llevó a vivir una vida llena de sentido y propósito para Su gloria. Sin embargo, podemos ver claramente que era necesaria una revelación sobrenatural tanto en sus mentes como en sus corazones, para que pudieran reconocer a Jesús como quien Él decía ser, el Hijo de Dios.
En una ocasión, Jesús les preguntó a Sus discípulos qué concepto tenían acerca de Él, a lo que Pedro, acertadamente respondió: «“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Entonces Jesús le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos» (Mt 16:16-17 NBLA).
Hay tanto que podemos decir de esta revelación especial que el apóstol Pedro recibió del cielo mismo, pero lo más importante que podemos ver y aprender es que, era necesario para Pedro y para todos los demás discípulos que reconocieran a Jesús como Hijo de Dios, para entonces ellos también reconocer sus identidades como fieles seguidores de Él.
Hoy, más de dos mil años después, Jesús continúa revelándose a los corazones de las personas que Él ha elegido desde antes de la fundación del mundo para que, más que ser sólo «discípulos», sean también llamados «hijos», gracias al sacrificio de Jesús en la cruz.
«Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre» (Jn 1:12 NBLA)
¡Qué maravillosa verdad! Algo que puede parecer bastante obvio, repetitivo y sin mucha importancia, pero que en realidad es lo que determina si de verdad hemos sido salvos por Su gracia y si vivimos para Su gloria.
Satanás lo sabe muy bien, y por esta razón la Palabra de Dios nos advierte que él se empeña en que la gloria de Dios en Cristo Jesús no sea plenamente revelada a las personas, e incluso a los creyentes. La Biblia dice: «Satanás, quien es el dios de este mundo, ha cegado la mente de los que no creen. Son incapaces de ver la gloriosa luz de la Buena Noticia. No entienden este mensaje acerca de la gloria de Cristo, quien es la imagen exacta de Dios» (2 Co 2:4 NTV).
Nuestra principal labor como creyentes e hijos de Dios es que podamos cumplir nuestro propósito y con el anhelo de Dios, al ver Su gloria en Cristo Jesús, y poder así glorificarle con nuestras vidas. Esto lo hacemos alcanzando a los que aún están perdidos y ganando almas para Cristo, pero esto solo puede suceder si el gran anhelo de Dios por revelar Su gloria se convierte también en el nuestro. Puesto que, «En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos» (Hch 4:12 NBLA).
Todo cristiano que no quiera comprometer la verdad en la cual cree, o perderse del camino que lleva hacia la salvación, ni de la vida plena y abundante que prometen las Escrituras; debe mantener fija su mirada en Aquel que afirmó ser estas tres cosas: «Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn 14:6 NBLA).
Si perdemos de vista a Jesús y Su gloria al momento de evangelizar a otros, no estamos cumpliendo con el anhelo de Dios, ese anhelo que lo llevó a entregar la vida de Su único Hijo para nuestra salvación y para Su propia gloria. ¡Él sabía que era la única manera de salvarnos! Nosotros debemos saberlo también y rendirnos ante el glorioso mensaje del evangelio de Jesús. «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor...». (2 Co 4:5a NBLA)
Cuando los más íntimos afectos de nuestras almas se ven influenciados por Su gloria, podemos entonces cumplir correctamente y con sumo gozo la misión y el propósito que Él nos ha dado a todos Sus hijos. Su gloria ciertamente nos transforma, y de esto continuaremos leyendo en la próxima entrada.
«Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo».
2 Corintios 4:6 NVI
Danos, Dios
Un entendimiento vivo
De Jesús
De la riqueza de su gloria
Y la cruz
Ilumina nuestros ojos, trae tu luz
🎧 Canción: El Digno Dios - Alfarero
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